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martes, 13 de diciembre de 2011

La sociedad argentina frente al aluvión zoológico kirchnerista


Por Germán Dell'Orto Fidoguzzi (especial para el Mosquito Molesto)

Las recientes elecciones en Argentina, con su resultado un tanto asombroso, han puesto de relieve determinadas características de la sociedad - o, mejor dicho, de las fracciones que componen la sociedad-, que resultan un tanto llamativas, especialmente porque suele aparecer en primer plano algo que, en la realidad que muestra el recuento de los votos, no lo está, en tanto, una gran mayoría, silenciosa o no consumidora, sufre sin preocuparse demasiado el ninguneo de medios, revistas y opiniones académicas que, de tanto en tanto, aciertan alguna advertencia o vaticinio, de la misma azarosa manera que cualquier mortal puede clavar tres cifras a la quiniela o levantarse a esa rubia fenomenal que parece inaccesible de tan perfecta.

Y si bien es cierto que el periodismo independiente no existe y nunca existió, por la sencilla razón de que pretender tal cosa es negar la racionalidad - ninguna opinión es desideologizada, ninguna noticia es aséptica, salvo que hablemos del tiempo -, también es cierto que el consumo de medios, sean los que fueran, es representativo de la necesidad de las personas de hallar en el fárrago impresionante de notas, notitas y notonas, aquello que les interesa, desde saber si su equipo favorito va a salir campeón o se va a ir al descenso hasta indagar sobre la cotización de unos terrenitos en la costa, sea lo que fuere, la gente no lee los diarios ni las revistas, las hojea, selecciona, picotea aquí o allá recabando los temas de su interés. Nadie en su sano juicio lee el Clarín del domingo por la sencilla razón de que es ilegible. Bien señalaba Hegel que la lectura diaria del periódico equivalía a la misa del ateo. Y toda misa tiene su ceremonial, en el caso de los medios, la burocracia del diseño gráfico y de la presentación estandarizada de los contenidos, tan malamente tratada, afortunadamente, por la anárquica maravilla de Internet y su saludable irrespetuosidad.



Volviendo al tema, diríamos que la reacción de los lectores de diarios, como fracciones sociales, responden, en un ida y vuelta constante, en un diálogo sostenido, con las líneas editoriales de esos mismos diarios. No es que La Nación, por poner un ejemplo, sea un diario gorila, simplemente es el representativo de la mentalidad gorila en el país, de la mentalidad superflua de ideas, oronda, envidiosa de lo ajeno siempre distante - España, Estados Unidos, Chile, inclusive - desdeñosa de nuestra realidad y adormecida por el sopor de una historia oficial que, como dice el dicho, ha sido escrita por los vencedores para que la sufran los vencidos y se la crean los ingenuos, en este caso, los lectores de La Nación.

Yo diría que La Nación es mucho más veraz y consistente que Clarín. En este periódico centenario no hay lugar para el subterfugio, las cosas están perfectamente claras, sus posiciones son invariables y su visión del mundo y de nuestro país también. Y los lectores - especialmente los que se comunican con el diario a través del Correo de lectores - se sienten confortados por esa visión, esa mirada los alberga, los tranquiliza, los coloca en la situación interesante de ser una minoría poderosa, afirmada en valores consagrados, apuntalados en su status social, derivado del esperanzado m'hijo el doctor hecho realidad, una realidad de clase acomodada, profesional, satisfecha de la vida y quejosa de verse rodeada de tanta gente que debería estarse calladita y que, sin embargo, de la mano de los demagogos de turno, alzan, de manera insolente, la cabeza y hasta se permiten opinar sobre cosas que no entienden. 



La lectura del Correo de lectores de La Nación puede ser un ejercicio decepcionante pero no lo es tanto en la medida que uno aprende a entender cierta uniformidad de contenidos que un número indeterminado pero no pequeño de personas tiene sobre la vida, el país y sus semejantes. Estas personas suelen posarse, habitualmente, en la forma de las cosas y no en el fondo; sostienen la idea de que una sociedad puede estar nomenclada por reglamentos, multas, leyes o normas contravencionales y que, todo eso puede ser controlado por funcionarios abstractos, tan abstractos como los funcionarios de las novelas kafkianas, con la sola condición de que esos funcionarios hagan debidamente su trabajo. Para el lector de La Nación, igual que para Il Gatopardo, el personaje de Lampedusa, las cosas son así y deben seguir siéndolo y nuestra decadencia estriba en que los que están arriba no lo entienden.

Además, en su conjunto, y siempre es así, los lectores que se estimulan para enviar sus opiniones al diario nunca dejan de establecer paralelismos que llevan el agua siempre hacia el mismo lugar, sin rodeos, sin el más mínimo sentido de la proporción ni de la causalidad, estableciendo, en un acrobático salto del pensamiento, la más confortable de las falacias: la falacia ad hominen, lo que los inhibe para desenvolver las consecuencias positivas o negativas del accionar oficial o gubernamental, al no ir más allá de las formalidades:

Se­ñor Di­rec­tor:
"Las estaciones de servicio no anuncian de ningún modo la falta de algún tipo de combustible, en general los más baratos, por lo que el usuario se ve sorprendido después de hacer la cola con que sólo tienen los más caros.
"Esta costumbre se repite en todas las petroleras, por lo que me da la impresión de que debe ser una instrucción de la Secretaría de Comercio para que la falta de combustibles sea una sensación, al igual que la inflación y la inseguridad."

Como se puede apreciar en el ejemplo arriba mencionado, una situación de carácter comercial, probablemente y, con toda seguridad, negativa, se traslada a la animosidad contra un funcionario, desligándose, de esta manera, de profundizar en la concatenación de causas y efectos, dentro del entramado complejísimo del comercio de combustibles en el país y en el mundo, para que esta anomalía pueda producirse. No se atribuye a la viveza criolla o a la mala fe empresarial, típica de nuestro país, con este gobierno o con cualquier otro, sino, directamente, al Secretario de Comercio. De esta manera, nos privamos, efectivamente, de analizar la realidad de la labor de este o de cualquier otro funcionario, por pereza, por prejuicio, por lo que fuera. No se disctute acá si el Secretario Moreno es un genio o un energúmeno, lo cual sería provechoso, basta y sobra con que sea funcionario de un gobierno detestable para el lector y ya está. Pereza intelectual emancipada. 



Otro ejemplo:

Se­ñor Di­rec­tor:
"Luego de ver las actitudes de maestros y maestras, y escuchar a representantes gremiales frente a la Legislatura porteña, realmente he pasado a ser un fervoroso partidario de sus huelgas: mucho más grave sería que se pusieran a enseñar."

Nuevamente la forma prima con respecto al fondo. No hay argumentación, no hay una línea de entendimiento sobre los asuntos, simplemente la definición tajante que encubre, de hecho, una animosidad disfrazada de ironía. Durante el conflicto entre el Gobierno y las patronales del campo, los ciudadanos modelo que escriben sus cartas al matutino fundado por Bartolomé Mitre, hacías cosas muchísimo peores que los actos docentes. Y ni hablar de los indignados ahorristas en los tiempos del corralito, apedreando bancos, rompiendo vidrieras y cortando calles y avenidas a lo largo del país. Las cartas de esa fecha, como lo prueba el ejemplo que cito abajo, eran absolutamente justificadoras de ese accionar. Lo que queda claro es lo siguiente: el derecho a la expresión de protesta en cualquiera de sus formas, más pacífica o más violenta, es privativa de nuestra clase y nadie más tiene ese derecho:



Señor Director:

La indignación de los ciudadanos por el desprecio a la propiedad privada de la que han hecho gala nuestros políticos es totalmente comprensible ya que un país que no respeta los derechos adquiridos no puede impedir que sus ciudadanos se lancen a la calle a deponer, de la manera que sea, tanta injusticia. Vaya mi apoyo a tantos que han salido a hacer valer sus derechos y desde ya me solidarizo con ellos y con sus reclamos.

A diferencia de La Nación el matutino Clarín es más peligroso, especialmente por su banalidad y formato anodino, lo que lo convierte en más masivo. No vamos a entrar acá en los considerandos acerca de Papel Prensa y demás bajezas bien documentadas, hagamos de cuenta que nada de eso existió: de todas maneras, ese diario es más corrosivo que los diarios como La Nación o Infobae o La Prensa porque la difusión de sus contenidos trata de reflejar con el mayor grado de exactitud la despreocupación del lector por las cosas profundas. El diario Clarín no es el gran diario argentino, es el diario del entretenimiento por excelencia. La actitud combativa que supuso la aprobación de la Ley de Medios lo coloca en una situación un tanto complicada porque, al revés de su trayectoria, pasa a tratar de interesar a sus lectores en asuntos que no es, precisamente, lo que esos mismos lectores buscan. 

Los medios oficialistas, como Tiempo Argentino, Página 12 y otros, pecan del mismo afán que los medios opositores, de allí que se peleen con estos. La almibarada documentación de la realidad que presentan a sus lectores es tan mentirosa e inocente como la pesimista de sus oponentes. Si uno lee Tiempo Argentino estaría tentado de creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que lo que falta para ello está por venir en poco tiempo. Sus análisis políticos se basan en la confrontación y no en una objetividad. Nada hay criticable para ellos, ninguna decisión oficial es desacertada - a veces, en Página 12, se critica un poquito pero rápidamente se halla la conveniente indulgencia -, existe una voluntad inquebrantable y justa, inocentemente repetida hasta el cansancio, en algunos casos con tintes épicos que suenan a evangelismo militante más que a periodismo. Y es cierto, ellos mismos se autodenominan periodismo militante, otro contrasentido y van... 

Quizás el ejemplo más acabado de esta suerte de evangelismo militante y acrítico pueda notarse en estas palabras de uno de sus editorialistas más entusiastas, Jorge Giles:

El kirchnerismo es el hecho maldito del país corporativo.
Asumirlo así, enamora a una generación y a dos y a tres también. Por eso miles de jóvenes en las calles vivaban a Cristina.
La rebeldía, cuando abunda, junta pueblo y gobernantes en un clima de alegría que sólo calza con su porte.

No tiene sentido discutir acá con Jorge Giles, cada cual puede escribir y pensar como se quiera. Pero, lo cierto  es que el Gobierno de Cristina Fernández no es revolucionario, sus medidas tampoco lo son y, a poco que uno rasguiñe la capa de barniz de estas últimas, comprende que no es otra cosa que un Gobierno conservador, lampedusiano, que modifica algunas cosas, moderadamente, para que nada cambie. 

El coro kirchnerista aturde con la Asignación Universal por Hijo como si fuera la Comuna de París. La partida presupuestaria para la AUH en 2011 es de 9.693.332.000 pesos (nueve mil millones de pesos), una suma considerable. Si lo trasladamos a valor dólar, resultan dos mil doscientos ochenta millones de dólares. La propia Presidenta, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, reconoció haber pagado 26.000 millones de dólarees en servicios de la deuda y 15.000 millones de dólares para evitar corridas cambiarias, o sea, para engrosar el bolsillo de los grandes especuladores financieros. Lo que da un total de 41.000 millones de dólares, veinte veces lo que se brinda como paliativo social en la Asignación por hijo.

Podríamos suponer, hipotéticamente, que esa cifra de 41.000 millones de dólares arrojados a las fauces de la patria financiera, en lugar de eso, le fuera repartida a los sectores de menores ingresos: aumentaría el consumo de esos sectores, se generaría un ahorro traducido en vivienda, salud, mejoras de todo tipo y crecería el mercado interno. ¿No sería lo más justo, acaso? Es loable que el Estado, representación y administración de los dineros sociales, auxilie a los sectores más desprotegidos pero $ 220.- ¿es una verdadera ayuda o es un cosmético para elevar índices que son absolutamente irreales o discriminatorios?

La AUH significó una merma en la pobreza e indigencia importante, pero sólo para las estadísticas. Según como se mire es un elemento distributivo. De otra manera, una simple correción sobre parámetros bastante irreales, toda vez que, según el índice, un adulto entre 30 y 59 años, de actividad moderada, debe sostener una Canasta Básica Alimentaria de 270 pesos aproximadamente. Eso supone comer arroz, toda vez que cualquier burgués de clase media, al hacer sus compras en un supermercado chino gasta diez veces más que esa cifra para tener una dieta medianamente variada. Entonces es cierto, se ha dado dinero a los pobres, eso los ha elevado un tanto, no llegan a mucho con eso pero los índices pueden mostrarse al mundo. 



Yo sé que suena disparatado, pero, ¿por qué no dar a cada pobre, en lugar de 220 pesos, 1.000? ¿Y por qué suena disparatado? ¿Por qué es disparatado darle a los pobres 1.000 pesos siendo que ellos son las víctimas de un sistema injusto que los excluyó de las posibilidades de ascenso social y sí es legítimo y hasta patriótico otorgar enormes subsidios a las grandes empresas argentinas que evaden al fisco, promueven la flexibilización laboral en todas sus formas, procuran evitar las sindicalizaciones en connivencia con los sindicatos y especulan con el capital que reciben del Estado? ¿Por qué a la Presidenta no le molesta que ganen muchísimo dinero - dicho esto en el discurso del 10 de diciembre - y sólo merecen un chás chás verbal pidiéndoles solidaridad y comprensión?

Entonces entramos en el aspecto moral del asunto. Pagar la deuda externa es un premio a las generaciones de lobbistas burgueses que se apropiaron del Estado para sus propios fines, es hacerles el caldo gordo a las grandes empresas y a los grandes bancos, a los que fugaron del país un monto equivalente a la deuda externa, a los que se beneficiaron con las políticas neoliberales y dejaron al 30 % de la población sin trabajo.

Decir, entonces, que Cristina Fernández encarna un Gobierno revolucionario es tener un muy bajo concepto de lo que significa la palabra revolución. 

Y todo esto, que es sólo una pequeña muestra de que determinados asertos tambalean a la hora de pensarlos un poco, es lo que discuten los medios enfrentados, ambos, como dos boxeadores profesionales, enzarzados en una pelea profesional que, como todo deporte, tiene reglas inamovibles. Es eso, una pelea, no una lucha por la justicia, la igualdad y los derechos del pueblo.

Pero nadie lo dice, porque todos respetan las leyes tácitas de ese juego.


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